martes, 20 de marzo de 2012

La historia según los bandidos


Las nuevas generaciones tienen suficientes razones para vivir confundidas. Es tan enrevesada la historia del último cuarto de siglo y tanta la angustia por encontrar la verdad, que en los vacíos de la justicia, la impunidad rampante, las peleas entre los poderes públicos y el oportunismo de los ladinos, los bandidos hacen su agosto. Sobre todo a la hora de narrar cómo fueron sus violentas hazañas. A manera de experimento, ¿cómo quedaría la historia de los últimos tiempos si se aceptaran como ciertas todas las revelaciones de quienes muchas veces sólo buscan beneficios procesales? A veces los arrepentidos son más peligrosos que los condenados.

Hace 25 años, como tantas veces, se partió en dos la historia de Colombia. Un comando del M-19 se tomó el Palacio de Justicia y a pocos pasos de la Casa de Nariño se libró una guerra a muerte. Murieron más de 100 personas, entre ellas 11 magistrados. La justicia aún busca saber por qué hubo 11 personas desaparecidas. El jefe paramilitar Carlos Castaño dejó su propia versión: el comandante Carlos Pizarro visitó a Pablo Escobar en la hacienda Nápoles y le planteó la operación. Todos convinieron en que había unos expedientes que era necesario borrar. Escobar puso la plata. Fidel Castaño, que estaba en la reunión, los fusiles, y el M-19, los muertos.

Después se vino encima la guerra sucia. La Unión Patriótica fue arrasada, la guerrilla hizo de las suyas y el narcotráfico enseñó cómo era el terrorismo. Uno de los bandidos más crueles, Alonso de Jesús Baquero, alias Vladimir, se cansó de matar, luego lo cogieron preso, después lo soltaron y lo volvieron a coger. Lleva una década contando historias entre verdades y mentiras. Según él, “el papá de las autodefensas” fue el general Faruk Yanine Díaz, le echó la culpa de la orden de asesinar y desaparecer a 17 comerciantes y en sus versiones le alcanza para meter en el mismo costal a Tiberio Villarreal, Horacio Serpa, muchos generales y el DAS.

 De hecho, sigue siendo tan creíble que su testimonio alcanza para tratar de aclarar el magnicidio de Luis Carlos Galán. Durante 20 años se dijo que al caudillo liberal lo habían matado los narcotraficantes con un sector de las autodefensas. Desde hace un año la historia es otra. Ahora, por cuenta de los bandidos, entre ellos el pinocho mayor, Ernesto Báez, la vuelta la hizo el DAS, con la mano directa del general Miguel Maza Márquez, héroe de ayer, villano de hoy. La misma tesis de los magnicidios de Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro. A lo mejor así fue, ¿pero cuántos poderosos siguen pasando de agache y pescaron en el río revuelto de esa violencia?

 Del narcovideo en la Constituyente nunca se supo. Quedó la versión de que fue un montaje de las autodefensas. Lo cierto es que la extradición fue prohibida. Después vino el 8.000 y en ese episodio sí que siguen apareciendo historias. El fallecido periodista Alberto Giraldo dejó la suya. Su protegida Madame Rochy sacó un libro contando presuntas verdades y le llovieron demandas. Y como Rasguño o Víctor Patiño Fómeque, cada narco tiene su versión. Supuestamente más de uno aportó plata a la campaña. Lo mismo que hicieron para acabar con Pablo Escobar de mano de las autoridades. Y se pusieron de moda los libros de los que la sacaron barata.

Un tal Andrés López hizo y deshizo y ahora es un best-seller. Otro personaje, llamado Baruch Vega, se enriqueció llevando narcos a Estados Unidos para que saldaran sus cuentas a cambio de beneficios, y ahora protagoniza con sus verdades a medias. La historia del narcotráfico la están contando los bandidos. Pablo Escobar era un mecenas; los Rodríguez Orejuela, empresarios deportivos; la gente del norte del Valle, benefactores, y las autoridades civiles y militares, un clan de corruptos recibiendo dádivas. Y quienes los llevaron a prisión, hoy son descabezados, desacreditados, casi ocultos, en la mira.

Hace quince años, el general Rosso José Serrano era el mejor Policía del mundo. Hoy, por cuenta de los bandidos, hizo lo que hizo gracias a Carlos Castaño, protegió al coronel Danilo González, que se volvió un narco puro; dejó volar a Salvatore Mancuso y Jorge 40 cuando los cogieron presos en la Costa; cobró la muerte de José Santacruz Londoño, al que habían asesinado las autodefensas; rescató al hermano secuestrado de César Gaviria Trujillo, se inventó la ‘Operación Milenio’. Hasta el mentado Baruch Vega ideó un organigrama para ponerlo junto a los narcos.

Después mataron a Álvaro Gómez Hurtado y como nadie sabe quién lo hizo, los bandidos dicen lo que quieren. Cuesta creer, pero ahora se explora la tesis de Rasguño, preso en Estados Unidos, según la cual lo hicieron ellos, los narcos, con el apoyo del coronel de la Policía Danilo González, y esa versión da pie para que se diga que la autoría intelectual fue de Horacio Serpa y Ernesto Samper. Un magnicidio más, otro saldo de impunidad y cada que llega el aniversario del crimen, alguna nueva versión para tratar de aplacar las exigencias de un país que ya no sabe cómo contar las terribles verdades de sus últimas violencias cruzadas.

La misma ración del último lustro. De la noche a la mañana empezaron a brotar historias de paramilitarismo y quién dijo miedo. Los bandidos señalan. Los ventiladores de Mancuso, Don Berna, Macaco, H.H. y sus pares no dan abasto. El vicepresidente Francisco Santos creó el Bloque Capital, la orden de matar a Jaime Garzón provino del ex subdirector del DAS José Miguel Narváez, la ‘Operación Génesis’ que arrasó con la guerrilla en el Urabá y elevó a la categoría de héroe al general Rito Alejo del Río, no fue de él sino de los paramilitares; la ‘Operación Orión’ en las comunas de Medellín no fue del Ejército sino de las autodefensas, apoyando a Ejército y Policía.

Este recuento es de nunca acabar. Popeye, el primer narcoterrorista de Pablo Escobar, lleva casi 20 años tratando de salir de la cárcel a punta de verdades y embustes. Los narcos de hoy apenas empiezan el recorrido. Daniel Rendón Herrera, alias Don Mario, fue de los pocos que se salvaron de la extradición y anda como loco contando a diestra y siniestra. Éver Veloza, alias H.H., ya entrado en gastos y a las puertas de la extradición, no dejó títere con cabeza. Hoy, los empresarios, los políticos y hasta los candidatos tiemblan por cuenta de los bandidos. Y el país se ha venido acostumbrando a las contriciones procesales en el río revuelto.

Suele decirse que la historia la cuentan los que triunfan. Ojalá que en Colombia no sean los bandidos. Por lo menos, en lo que atañe a los últimos 25 años, abundan y venden las versiones de los oportunistas. Que a la cacica Consuelo Araújo la mató el Ejército terminaron diciendo las Farc, que la secuestraron y la hicieron caminar descalza en cautiverio; que a los diputados del Valle los mataron por equivocación; que los falsos positivos fueron un asunto de narcos, como dijo recientemente el Gobierno; como algún día escribió Gabriel García Márquez, “En este pueblo no hay ladrones”. Nadie vio, nadie cuenta, la violencia sigue y cada que los bandidos necesitan ponerse a salvo, señalan y saldan cuentas.

Un asesinato hace 180 años

Hace 180 años, en las montañas de Berruecos (Nariño) asesinaron al mariscal de Ayacucho y preferido del libertador Simón Bolívar, Antonio José de Sucre. A ciencia cierta, nadie supo quién lo mató. Pero la incógnita de su asesinato marcó una buena parte del siglo XIX. Hoy, los historiadores todavía son indecisos para abordar este episodio.

Se dijo hacia 1839, por cuestionadas develaciones de un capturado en la antesala de la Guerra de los Supremos, que el general José María Obando había participado en la planeación del asesinato. Después se desvirtuó y quedó la versión de que el general Juan José Flores, caudillo de Ecuador, había sido el gestor del magnicidio del 4 de junio de 1830.

La historia sigue dando de qué hablar. Historiadores y  escritores aún hoy  especulan sobre las razones que llevaron al asesinato de un hombre con destino aciago. Como lo dijo Bolívar, camino a su muerte, cuando se enteró de la noticia: “¡Santo Dios! ¡Se ha derramado la sangre de Abel!... La bala cruel que le hirió el corazón, mató a Colombia y me quitó la vida”.

Un magnicidio sin suficientes respuestas

Todos coinciden en que el 9 de abril de 1948, día en que fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán, en su momento cambió el rumbo de Colombia. Lo que nadie acierta a decir con certeza es quiénes estuvieron detrás del crimen del caudillo. Al final quedó la versión de que fue un homicida solitario: Juan Roa.

Sin embargo, hoy, ya 62 años después de los hechos, pocos creen en que Roa Sierra haya sido el único victimario. “Ay, señor, hay cosas que no se pueden decir”, dicen algunos que fueron sus últimas palabras antes de ser linchado por la multitud, cuando le preguntaron por qué lo había hecho.

Unos dijeron que fueron los comunistas; otros, que un complot del gobierno. Trajeron investigadores de Inglaterra, el proceso tardó muchos años en cerrarse, se especuló que había participado la CIA, pero a ciencia cierta, como muchos otros magnicidios, quedó la versión de Gaitán y Roa.

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